Hace un par de años me pregunté si acaso era posible no sentir tristeza, si, mediante cierto razonamiento, se podía evitar tal sensación, prescindir de ella. Debo decirlo, en ese momento me encontraba particularmente triste y no era la primera vez. De hecho, antes de aquello había asumido la tristeza como una experiencia vivificante y “profunda” que confería a mi existencia de cierto “peso”. Pero me cansé de sentirlo. No es agradable estar triste, a pesar de la romantización que la coloca en el templo de las “nobles experiencias”. De modo que ahí estaba yo, preguntándome cómo hacer para drenar la tristeza de mí, cómo crear “el método”. Lo fui consiguiendo, progresivamente. Hubo un momento en que me pregunté si acaso me equivocaba, si este proyecto no transformaría mi sensibilidad en algo que terminaría por desagradarme y que no pudiera “manejar”. Pero lo hacía con cuidado, haciendo anotaciones, describiendo el camino que “inventaba”. La idea de no volver a sentirme triste me gust
Reflexiones sobre el Individuo