Hace un par de años me pregunté si acaso era posible no sentir tristeza, si, mediante cierto razonamiento, se podía evitar tal sensación, prescindir de ella.
Debo decirlo, en ese momento me encontraba
particularmente triste y no era la primera vez. De hecho, antes de aquello
había asumido la tristeza como una experiencia vivificante y “profunda” que
confería a mi existencia de cierto “peso”. Pero me cansé de sentirlo. No es
agradable estar triste, a pesar de la romantización que la coloca en el templo
de las “nobles experiencias”.
De modo que ahí estaba yo, preguntándome cómo hacer para
drenar la tristeza de mí, cómo crear “el método”.
Lo fui consiguiendo, progresivamente. Hubo un momento en
que me pregunté si acaso me equivocaba, si este proyecto no transformaría mi
sensibilidad en algo que terminaría por desagradarme y que no pudiera “manejar”.
Pero lo hacía con cuidado, haciendo anotaciones, describiendo el camino que “inventaba”.
La idea de no volver a sentirme triste me gustó. ¿Podía hacerlo, en serio? ¿Por
qué? ¿Para qué? ¿Acaso la tristeza no era, en cierto grado, en cierto modo, gratificante,
hermosa? Desde luego. Yo provenía de experimentar una tristeza dulce, tierna,
suave; pero la tristeza tenía también el aspecto de algo doloroso y cruel. Yo
venía leyendo cosas sobre el pesimismo como postura filosófica, yo era un
pesimista. Decía con frecuencia “la vida es dolor” y esas cosas. No era una
persona permanentemente triste ni pesimista, pero podía decantarme por ahí con
cierta facilidad. Como dije, me cansé de eso e imaginé un estado despojado de
aquella tristeza, de aquél dolor. Un estado “artificial”, desde luego, porque
la tristeza era “natural”, supongo; había aprendido a sentirla desde chico
hasta ahora. Lo que me proponía hacer era construir una cosmovisión que
excluyera a esa experiencia. ¿Por qué? Llegado a un punto, tuve la sensación de
que no había vuelta atrás, estaba creando una “nueva sensibilidad”.
Sé que suena muy presuntuoso. Tal vez lo sea. Yo lo veo
como un experimento conceptual. Soy, en cierto modo, un artista. He escrito un
montón de canciones y publicado una novela. Seguro no significa mucho, pero es
lo que hice en mi propósito de conocer el mundo y aprender a “sentirlo”. Ahora
me gusta pensarme como un filósofo. ¿Por qué no? Me hago preguntas e intento
respuestas. Parece funcionar. Me siento bien.
El Neo-Solipsismo es, sobre todo, un experimento. Elaboro
ideas y las voy incorporando a mi cosmovisión del mundo. Analizo lo que siento,
me pregunto por qué, planteo alternativas, posibilidades. Este proyecto me ha
llevado a leer y escribir con bastante entusiasmo, a preguntarme por la
relación del individuo con el mundo, a cuestionar cuál es la naturaleza de la
sensibilidad, del conocimiento, el lenguaje y el mundo. Esas cosas. ¿Cuál es el
propósito? Sencillamente, sentirme bien, pasarlo fenomenal. El NS es un
proyecto personal que construyo a través de la reflexión y la escritura. La
escritura me ayuda a fijar y sistematizar todo esto. El NS puede ser un nuevo
sistema filosófico. Funciona en mí, me ayuda a ver las cosas con claridad y a
no estar triste. Pero, veo que recién comienza. Tengo ideas que merodean en mí;
es muy orgánico, muy visceral. Siento reverberaciones en mi cuerpo. Las ideas
son como hormigueos debajo de mi piel. Algo así. Por lo pronto, tengo pensado
corregir mi ensayo “Súper-Ironía” (que fue la semilla de todo esto) y redactar
una suerte de “Manifiesto Neo-Solipsista”. Leer bastante, claro, investigar.
Insisto en que esto es un proyecto personal. Escribo
porque necesito tener un registro de mis pensamientos. Lo escribo de este modo,
como dirigiéndome a alguien, a un lector, porque es una forma que me divierte,
pero no me preocupa si alguien lo lee realmente. Si lo hace, tal vez le
parecería demasiado extraño o desquiciado. Creo que si yo me hubiera topado con
esto hace unos cuatro años me hubiera parecido una locura. Pero estoy aquí y me
parece claro y posible.
Admitir la distinción entre la Vida como Fenómeno (VF) y
la Vida como Experiencia (VE) me parece esencial para comprender el NS. El NS
también es un ejercicio exigente, pues demanda cuestionar todas las creencias
convencionales. Es un trabajo arduo y crítico. Sospecho que no es fácil. Pero
no se lo exijo a nadie. El NS es una obra de arte, casi un proyecto secreto. Me
gusta pensarlo así.
A veces asumo un tono agresivo para abordar ciertos
fenómenos. Pero es una agresividad “conceptual”. No soy un misántropo, no pretendo
iniciar un movimiento revolucionario ni transformador a nivel social. Si se lee
“El Neo-Solipsista”, el primer texto en el que presento sistemáticamente el NS,
se comprenderá que no intento nada de eso porque considero que es incoherente
con la naturaleza del individuo. El NS no es un proyecto “antisocial” sino “individualista”.
Individualista no en el sentido de ser egoísta y ver por uno mismo en
detrimento de los otros, sino en el de hacer énfasis en el individuo y su
sensibilidad como un “organismo” que experimenta el mundo de un modo
particular. El individuo como un ente que experimenta al mundo como un conjunto
de cosas que tiene que interpretar y procesar a través de sus sentidos y “su
lenguaje”. Me importa el individuo, por su concreción, porque sus posibilidades
y limitaciones son evidentes. Creo que se puede hacer algo con eso. El problema
que veo al intento de abordar el mundo colectivamente, a nivel social, es que
aquél es un conglomerado de “lenguajes”, de “juegos del lenguaje” demasiado
diverso, ambiguo e impreciso. Creo que no se puede transformar algo tan
intangible, tan “abstracto”. Creo que es más factible realizar una
transformación del dominio del lenguaje (o de los conceptos) de forma
individual, revisando con cuidado qué queremos decir cuando decimos algo. Por
eso es un proyecto personal, porque ese experimento solo “ocurrirá en mí”.
Desde luego, imagino virtudes posibles, una suerte de “dispositivos
conceptuales” que pueden servir para experimentar la vida de una forma más
interesante, pero no me voy a empeñar demasiado en propagarlos porque creo que
el NS tiene que ser, en cierto modo, difícil, un viaje solitario y hermoso,
lleno de descubrimientos (o, creo, “invenciones”).
En tanto elaborador de este experimento, creo que debo
considerarme el primer Neo-Solipsista. Veo al mundo, a las personas y sé cuáles
son mis límites y posibilidades de conocerlos y me alegro por la claridad con
que creo ver las cosas. Me gusta. No hay tristeza en comprobar mi finitud ni la
de los demás. Hay una sensación que experimento y que es intransferible. Le doy
un nombre para “jugar” con otros nombres. Es extraño existir. Supongo que es
así para los demás. Nunca sabré en qué medida es extraño el mundo para los
otros. No me molesta. Busco soluciones para divertirme y sonreír. Sería
divertido que otro también lo haga.
Imagen tomada de https://www.pinterest.es/pin/2181499814913553/
Comentarios
Publicar un comentario